La proliferación de fiestas en plena pandemia a pesar de las recomendaciones y prohibiciones no hace más que confirmar la ausencia de empatía de parte de la ciudadanía, a pesar de la inminente llegada de la segunda ola de contagios, que se presume estará potenciada por la nueva variante de SARS-CoV-2. 

Taxistas, distribuidoras de bebidas y de descartables, personal se seguridad, bartenders y DJs... todos ellos están al tanto de las fiestas clandestinas, además de los miles de asistentes que cada fin de semana. 

El Cadillal, centro de San Miguel de Tucumán, avenida Roca, Avenida Sarmiento, barrios cerrados, Los Nogales, El Timbó, en todos estos lugares se realizan festejos y reuniones como “boliches” y se suman a la enorme cantidad de espacios no convencionales pero que “todo el mundo” sabe, al menos una vez por semana, ingresan autos y equipos de sonido para más de un pequeño grupo de personas: casas de campo, predios que funcionan cómo lugares para ver atardeceres y amaneceres. 

Mientras los controles son sólo una expresión para la popular, basta salir cualquiera fin de semana y recorrer después de las 2 am la provincia de Tucumán para encontrar fiestas y reuniones prohibidas por doquier.

Las estadísticas de lo que está generando el Covid en Tucumán no son tan alegres como los festejos. Casi un centenar de trabajadores de la salud perdieron la vida luchando en contra de este virus desconocido. Hay más de 65 mil contagiados desde que comenzó la pandemia y 1200 personas más que murieron. Mientras los responsables, tanto organizadores, gobierno, justicia y quiénes tienen la responsabilidad del control claramente miran para un lugar donde no hay ninguna fiesta. 

La bomba ya fue lanzada al ritmo de la música, basta esperar las esquirlas que seguro llegaran de la mano de un rebrote que ya anunciaron los especialistas que es muy probable en este escenario.