El día que la pelota lloró
365 días sin Diego Armando Maradona.
El miércoles 25 de noviembre de 2020 había iniciado como un día normal. La prensa nacional actualizaba noticias acerca del próximo inicio de la vacunación en el país, y el viaje de Abigail Jiménez desde Santiago del Estero a Buenos Aires. El principal diario deportivo reflejaba los partidos de River y de Racing. En Córdoba la situación del Covid-19 se robaba la portada y en la provincia el juicio del juez Enrique Pedicone estaba al orden del día.
La mañana transcurría relativamente normal hasta que desde Buenos Aires los canales comenzaban a advertir que algo sucedía en Tigre, donde Diego Armando Maradona se encontraba transcurriendo su internación domiciliaria tras ser intervenido el 3 de noviembre de un hematoma subdural en la cabeza.
Pasó el mediodía y la noticia de que algo había pasado con Diego se confirmaba y asustaba por las imágenes de las ambulancias en las inmediaciones de la casa. Pero el número de equipos médicos hacía ruido, ¿por qué tantas ambulancias?
El reloj marcaba las 13 y las caras en la televisión transmitían cada minuto más preocupación, algo sucedía, algo que no se comentaba al televidente, se decía que Diego estaba grave, en estado delicado con sumo cuidado.
Una de las reglas de oro del periodismo es el chequeo y rechequeo de la información más aun cuando se trata de fallecimientos. El rumor resonante era uno que en muchas oportunidades había sonado, “falleció Maradona”, pero al igual que el cuento del pastorcito mentiroso nadie lo creía porque él había estado jugando con la muerte en muchas oportunidades, pero siempre conseguía gambetearla.
Aproximadamente a las 13:15 los zócalos de la televisión nacional confirmaban la noticia que nadie esperaba, que nadie imaginaba, “falleció Diego Armando Maradona”. Un conductor con lagrimas en sus ojos dijo que el fútbol había muerto, y es que en ese instante la pelota en la tierra se detuvo, aquel Dios terrenal había muerto. Solo con 60 años “Pelusa” no había logrado gambetear a la muerte y esta se lo había llevado a jugar en las nubes y no acá en el que supo ser su potrero.
El hijo de Don Diego y Doña Tota había dejado este mundo convirtiendo en mito a la leyenda. En el ambiente futbolero se sentía un dolor similar al del 1 de julio de 1994 cuando una enfermera lo sacaba de la mano en el Mundial de Estados Unidos, en su última Copa.
Aquel de Villa Fiorito que le había entregado al país una de las alegrías colectivas más importantes del siglo pasado y a los Napolitanos le había regresado la gloria, había dejado la vida terrenal. Hace un año no solo lloró Argentina sino que también lo hizo Nápoles, ciudad que lo supo adoptar, y el mundo del fútbol y del deporte en general. Conforme pasaban los minutos y las horas las redes sociales se invadieron de mensajes de despedida al “Diez” de parte de famosos y desconocidos. Jugadores, actores, políticos, médicos, periodistas, abogados, panaderos, emprendedores, estudiantes lo despedían pidiendo explicaciones. ¿Cómo se va a volar el barrilete cósmico?
Al día siguiente, las tapas de los diarios nacionales eran homogéneas, todos lo tenían como figura central. Aquel niño que tenía como sueño jugar un mundial, aquel petizo con rulos que levantó la Copa del Mundo, ese a quien le cortaron las piernas, el jugador excepcional que había hecho vibrar al país con un gol a los ingleses que significaba más que una simple jugada de fútbol había muerto.
En su momento dejó de ser el Diego de Villa Fiorito para convertirse en Diego Maradona del mundo y hace 365 días dejó de ser mortal para convertirse en inmortal.
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