Las esquinas de la trata
La mafia de los talleres y un alarmante informe judicial.
Por @CataDeElia
Ni un pibe menos. Un ángel multicolor es el grito de justicia que familiares, maestros y compañeritos de escuela Rolando (6 años) y Rodrigo (10) pintaron con aerosoles en la esquina del taller clandestino donde los dos hermanitos vivieron y murieron tras un voraz incendio. Tres días después del hecho, con el mural del fondo, un cura villero ofició una misa en memoria de los chicos en Paez y Terrada. No faltó nadie. Fue todo el barrio. Todos los lloraron en silencio. Todos entendían que los nombres de esos dos chiquitos quedaban para siempre en esa pared y también en la larga lista de víctimas que se cobra a diario la trata de personas.
Muy cerca de allí hay otra esquina. COBO y CURAPALIGÜE. También en Flores. Todos los días y también por las noches trabajadores de los talleres textiles clandestinos se “ofertan” allí como mano de obra. Van en busca de un futuro mejor. Son personas en condiciones económicas vulnerables. Muchos recién llegados de países limítrofes, también hay argentinos. La mayoría hombres. Todos con un mismo sueño: tener un trabajo, mantener a la familia y “que sus hijos puedan ir al colegio cerca y tengan una vida mejor que la que tuvieron ellos”. Se quedan ahí parados. Dicen que se llegan a juntar más de 20. No importa el frío. Tampoco el calor. Ni la lluvia. Porque esa esquina es su oportunidad. Para algunos, la única. Para otros, la última. Todos los que se paran y esperan en Cobo y Curapaligue saben que pasan por ahí autos importados manejados en su mayoría por personas de nacionalidad china y coreana que “seleccionan” y “levantan” a algunos de ellos. Los más “buscados” son los que saben hacer costura, “overlock”, tizado y cocina. Los “afortunados” son llevados a los talleres. Tanto de forma definitiva como temporaria. Los testigos cuentan que los días que más “contratan” son los lunes y los martes para que trabajen toda la semana hasta el sábado inclusive. Otros costureros llegan a los talleres por el boca a boca, por medios (radios, folletos y diarios) y otros modus operandi. Pero lo cierto es que a partir de esta esquina, la policía y la justicia lograron determinar que efectivamente en la zona mencionada existía un “mercado laboral” de mano de obra para talleres clandestinos y que muchas personas eran llevadas a domicilios cercanos. Todo a metros de un puesto de gendarmería.
Los resultados de esta investigación son alarmantes. De los 72 domicilios allanados, solamente 3 estaban habilitados como talleres textiles y 69 se desempeñaban clandestinamente. De las 175 personas que encontraron en los talleres clandestinos, 27 eran de nacionalidad argentina y 148 extranjeros (mayoría de bolivianos y paraguayos). Por otra parte, se estudiaron la cantidad de horas trabajadas por estas personas. Así, de lunes a viernes se detectó un promedio de más de 9 horas diarias, mientras que los sábados el promedio es de 5 horas y media. También se desprende de la investigación que lo que gana un trabajador promedio en un taller clandestino es $31 por hora trabajada.
Esta causa sobre la trata de personas está a cargo del fiscal federal Federico Delgado y del juez Marcelo Martínez De Giorgi y revela que la mayoría de los talleres clandestinos que se encuentran en funcionamiento no están habilitados. Las cifras hablan solas: 96% sin habilitación frente al 4% con los papeles en regla. Pero esto no es lo que más preocupa. En el expediente también denuncian que existe una zona “administrativamente liberada” en los barrios de Flores, Floresta, Villa Mitre, Villa Santa Rita y Parque Avellaneda. Allí los explotadores saben que pueden instalarse abiertamente, ya sea en edificios tomados o no, y donde no serán molestados en el ejercicio de su actividad. Los investigadores además sugieren que detrás de la guerra de pobres contra pobres podría haber testaferros para ocultar a los verdaderos dueños y beneficiarios de esta explotación laboral.
Esteban Mur, el papá de los dos chiquitos muertos en el incendio de Flores contó que en 2009 en Bolivia promocionaban con papeles, folletos y hasta incluso por la radio el trabajo en la Argentina. Y que así fue como llegó a Buenos Aires. Buscó trabajo en todos los lugares donde pudo pero como no tenía documentos se le complicaba y tuvo que recurrir a lo textil. El final fue el mismo que para muchos. Junto con su mujer cayeron bajo la explotación de un empresario coreano llamado Lee Sung Yop que los amenazaba con que no abrieran la puerta por la AFIP y que también les decía que no salieran mucho porque podrían ser deportados. Vivieron así muchos años. Hasta que la mañana del 27 de abril de 2015 una vela prendió fuego un colchón y desató el incendio fatal. Rolando y Rodrigo dormían el subsuelo y no lograron escapar de las llamas. El fuego mató a los hijos de Esteban y Corina y también toda su esperanza. Diez días después, el 8 de mayo de 2015, hubo otro incendio en el mismo taller ilegal. Sospechan que pueden haber querido borrar evidencias. Pero de la esquina de la trata nada se borra. Están los nombres de Rolando y Rodrigo, el grito de cientos de personas que piden trabajo y también la esperanza de que la justicia y el Estado se den una vuelta por allí.
Fuente: catalinadeelia.wordpress.com