VIDEO: "Perder el hilo de la realidad para sumergirse en hilos de fantasías"
Esa es la premisa fundamental de estos dos actores cada vez que salen juntos a la calle. El Kily y "El Pulga", un perro callejero muy particular.
Tiene 46 años, "si mal no recuerda", director, dramaturgo, realizador de teatro de títeres y tucumano de pura cepa según él. "El Kily", nombre que le pusieron los changos cuando era chico por ser muy flaquito, lleva parte de su vida en una maleta y en ella descansa su compadre "El Pulga", un perro callejero muy particular que lo acompaña desde hace doce años por latinoamérica.
Alguna vez dos boxeadores, uno blanco, uno negro y un payaso, hacían las delicias de un show exclusivo para Daniel (su nombre real) y sus amigos cuando aún eran niños. Se escapaban de domir la siesta y esa sana travesura imprimió en él una temprana pasión que lo acompaña hasta el día de hoy.
Me inicié profesionalmente hace ya más de 20 años pero desde chico alusinaba con estos personajes de fantasía que tomaban vida en las manos de algún titiritero. Recuerdo que teníamos un vecino y de nuestra casa a la suya nos separaba un alambrado. A la siesta nos hacía funciones de títeres y allí fue la primera vez que me topé con este mundo, en ese entonces eran de guante y con cabeza de goma, recuerda el Kily.
Fueron pasando los años, llegó la adolescencia y luego la difícil etapa de la universidad. Hacía dos carreras que influyeron mucho para que yo pueda trabajar ahora, Técnica en Sonorización y Licenciatura en Artes Plásticas. Hice de los títeres una profesión y de la música un estilo de vida, no me arrepiento, reflexiona Daniel.
Los primeros inicios fueron en la calle como artista callejero, a la edad de 24 años cuando dejó la universidad para dedicarse de lleno al teatro de títeres. Casi sin pensar y fiel a su estilo trotamundo, este artífice agarró su valija, sus muñecos, un retablo improvisado, un pequeño atuendo y encaró las rutas argentinas. Su destino, el norte argentino, los Valles Calchaquíes, Jujuy, donde tuvo sus primeras incursiones.
Buscaba armar una recopilación de cuentos folklóricos nuestros, del norte argentino y adaptarlo a mis personajes, el Yastay y el Pujllay, también estaba Don Sinforoso que contaba historias a los niños, luego un indiecito de un pueblo originario llamado Intillay y un niño rubio. La recepción era muy loca para mí, los niños e incluso adultos jamás habían visto una función de títeres, incluso en las plazas pequeñas de algunos pueblos perdían la noción del tiempo estando yo aún expuesto ante ellos, realmente hablaban con los muñecos. Cierta vez, cuenta Daniel, le preguntó a un paisano al terminar la función, "¿Porqué hablás con ellos?", y el hombre curtido del norte le contestó, "es que acá nosotros vemos siempre a los hombrecitos chiquititos". "Me quedó dando vueltas en la cabeza esa respuesta al tratar de entender con que será que relacionaban a mis personajes", confesó el Kily.
Luego de un tiempo de andar junto a aquellos seres inanimados que al cobrar vida en sus manos, viven la mayor libertad escénica sin ningún límite y total entrega al público, Daniel volvió a sus pagos y una tarde de invierno en una peatonal tucumana, se topó con "El Pulga", un perro callejero muy particular. Éste acompaña al Kily desde hace doce años y fue todo un proceso. Al principio era una marioneta sencilla y con los años le fue incorporando mecanismos como movimiento de ojos, de orejas, que abra la boca, saque la lengua, mueva la cola, que haga pis y levante objetos. 24 hilos con una función distinta cada uno.
En la época en que apareció este fiel amigo (incluso ahora), salías a recorrer las calles tucumanas y te encontrabas con una triste problemática, el abandono de animales. Y él nació de eso, de lo callejero, lo urbano, lo popular, como el teatro de títeres e increíblemente despierta sensibilidad en las personas. El perro en si, es un animal que también siente, sufre, tiene frío, pasa hambre, juega, es un ser capaz de amar y busca ser amado. Con el Pulga sucede eso, tiene una conexión directa con la gente y eso en los grandes teatros no pasa, allí tenes el escenario, el actor y el público. Pero la verdadera magia de la interacción se da más en la calle. Tenés la posibilidad de que las personas que pasan caminando se detengan y se lleguen al personaje y éste a ellos. Pueden interactuar y ahí sucede la magia, "se pierde el hilo de la realidad para sumergirse en hilos de fantasía que te regalan por unos minutos, otra realidad". Incluso a mí, ya que estoy tan compenetrado en él que olvido lo que sucede a mi al rededor, en ese momento soy el Pulga. Luego termina la obra y mi personaje acaba cuando él se hecha en su trapito que es su cucha. Suelto la cruzeta que es el comando, levanto la mirada, observo al público, a veces aplaude, a veces no y solo se quedan mirándome, doy las gracias y ¡pucs!, revienta la burbuja en las que todos estuvimos metidos para volver a la burbuja nuestra de cada día, vuelvo a ser yo.
El Kily sabe que a las políticas de estado no les conviene que la gente sienta, piense por si sola, tenga estímulos, ese es su cometido pero el arte es un factor importantísimo. Ser hacedores culturales jamás debe ser prohibido, por eso estos dos compañeros tomaron la postura de expresarse sin necesitar el permiso de nadie, para que la gente tenga derecho a un poco de arte en la calle.
El mundo de los títeres me trajo muchas satisfacciones, conocí muchas personas en diferentes viajes por latinoamérica que hasta el día de hoy, me continúan llamando. Me abrió una puerta a mi mismo y participé de festivales nacionales e internacionales, pero el premio cumbre de esto fue algo que me sucedió entre lo mágico y lo real como en los cuentos de Cortázar. Estaba yo en un pueblito de Colombia, en él existían leyendas y tradiciones que giraban en torno a un muñeco que vivía en el imaginario popular de la gente y simbolizaba las tradiciones más fuertes de allí.
Durante una excavasión que estaban realizando para remodelar la plaza principal del pueblo, encuentran muy en lo profundo restos de material arqueológico. Se produjo un desencadenante de situaciones y sensaciones que presencie en ese momento. En la leyenda solo se hablaba de un muñeco pero cuando recogieron el material se dieron con que era un títere, era el muñeco del que hablaba la leyenda. Fue un punto cúlmine de la gira que hice por latinoamérica y creo que los títeres fueron los que me llevaron a vivir ese momemento trascendental.
Estos dos compañeros continúan juntos y si de algo están seguros, es de dos cosas. Primero de no separase más, uno es tan de la calle como el otro y segundo, brindarles un espectáculo donde la base es la dramaturgia, con o sin texto. De interactuar en cada ambiente haciendo realidad los sueños al compartirlos con los demás alimentando a través de hilos, amor, alegría y fantasías.