Tucumán Por: Mariela Alderete10/01/2016

Irse con lo puesto: la tragedia del pueblo que desapareció bajo el agua. Video

Sud de Lazarte dejó de existir. Niogasta corre el mismo peligro. Voluntarios que ayudan, funcionarios que ocultan y un pueblo que se resiste a dejar de vivir de la tierra

Foto: José Inesta

Hace unos años, Sud de Lazarte era un pueblo tranquilo que se vestía de fiesta en agosto, para festejar el Día del Niño. Misioneros de Concepción llegaban con inflables y juguetes y los más chiquitos disfrutaban su festejo, entre chocolatadas y juegos. Hoy, es un pueblo fantasma bajo el agua. 

Casi nadie queda viviendo en el lugar. Sólo algunos hombres que, con el agua hasta la cintura, intentan desesperados salvar a los animales que sobrevivieron a la crecida. El lunes, el agua llegó con toda su furia y sumergió casas, cosas y gente. Casi todos terminaron escapando, pero dejar la tierra donde se nació no es fácil


Dónde ir

"Mire: acá se puede ser decente". Así resume Gabriela Peralta, vecina de Niogasta (a unos dos kilómetros de Sud de Lazarte) los motivos por los cuales las personas insisten en vivir ahí. Señala algunos animales que quedaron vivos: chanchos, vacas y gallinas, mientras explica que en el campo se puede vivir del cultivo y de la cría. 

Irse con lo puesto a un refugio del Estado por un tiempo, a pedir comida tres veces al día y dormir en un colchón prestado no es una alternativa para muchas personas. Están acostumbradas a levantarse temprano, ocuparse de los animales, recolectar lo que la tierra da, ir al pueblo, cambiar el fruto de su trabajo por otros productos y volver con orgullo a dar a sus hijos un plato de comida. 

Hoy, esas personas constituyen un ejército de desplazados sin destino cierto, marchando hacia algún sitio que no conocen y en el que la tolerancia durará lo que dure la inundación.

Luego, quedarán librados a su suerte: volver a la tierra arrasada por el agua, con todo muerto, donde ya no hay casa ni recuerdos en pie; o convertirse en vagabundos en busca de un lugar donde construir de nuevo y empezar de cero. Pero el peligro de la Policía acecha: donde sea que vayan a poner su humanidad, sus chapas y los colchones que consigan para sus hijos; será una usurpación ilegal. Las fuerzas del "orden" tardarán menos en desalojarlos de lo que tardaron en rescatarlos de la crecida. No hay escapatoria

Por eso, aunque Sud de Lazarte sigue bajo el agua, todavía quedan miembros de las últimas cinco familias que se niegan a dejar lo poco que queda. Porque, en realidad, para ellos no es poco: es todo lo que alguna vez tuvieron. 


El agua que siempre vuelve

Lo de Sud de Lazarte no fue una sorpresa. Durante años, el pueblo acorralado entre la cola del dique El Frontal de Santiago del Estero y el Río Chico vio llegar la crecida y también la vio marcharse. En el año 2010, el entonces gobernador José Alperovich entró a caballo y les dijo a todos que era la última vez, que ahora sí se harían las obras para evitar los desbordes, que ya no les pasaría de nuevo. Desde entonces, las crecidas fueron empeorando. 

Hace un año, el agua creció y rodeó al pueblo. Lo dejó aislado por espejos de unos dos kilómetros que se debían cruzar a caballo o en lancha. Pese a las promesas de aquel jinete heroico que había llegado unos años antes al lugar, el agua nunca se retiró y el caserío quedó aislado durante todo el 2015. La escuela cerró y los chicos tuvieron que cruzar el agua para ir a tomar clases a una casa en Niogasta. Los animales se murieron y los adultos pasaron a vivir sólo de algún plan social, sin poder criar ni cultivar. 

Pero justo cuando los vecinos pensaban que ya no se podía vivir en peores condiciones, el agua avanzó más todavía. Este lunes, trepó al pueblo, entró a las casas y los corrales, dejó flotando la vida y las cosas y no se fue más.

Este sábado, terminaron de salir las últimas personas dispuestas a hacerlo: las que tenían que rescatar bebés, las que se resignaron a una vida incierta y errante sin techo, las que no soportaron más los hongos y las lastimaduras del agua. Los otros se quedaron. Se cree que se quedarán hasta el final.

Saben que más allá de la inundación hay de todo, especialmente suelo seco para pisar. Pero todo es de otro. Las vaquitas, en este Tucumán inundado, siguen siendo ajenas. 


"Hasta el último tucumano"

"Vamos a trabajar hasta solucionar los problemas del último tucumano afectado por el temporal", dijo el vicegobernador, Osvaldo jaldo esta semana. "No abandonaremos a ningún tucumano", escribió el secretario de Seguridad, Paul Hofer, desde su cuenta de Twitter, donde también compartió fotos de sí mismo coordinando operativos de asistencia a las víctimas. "Los damnificados primero", remató. 

Desde las redes sociales, casi ningún funcionario de primera línea dejó de publicar las acciones del Estado en busca de aliviar los padecimientos de los inundados. A Niogasta y Sud de Lazarte esa ayuda sí llegó. Agua, medicamentos, lavandina, comida y lanchas para evacuar estuvieron a la orden del día desde el martes, luego de que los medios de prensa dispararan la alerta de esos pueblos olvidados a los que ni los funcionarios ni sus fotógrafos habían llegado todavía. 


"Cosas que no se pueden mostrar"

El camino de tierra que lleva a Niogasta está lleno de agua. En la entrada, ante el espejo marrón y saturado de mosquitos, una mujer que no sabe cómo está su familia del otro lado, espera que aparezca un vehículo que la haga cruzar. Detrás suyo, misioneras de Concepción y periodistas que quieren comprobar con sus propios ojos si la información oficial es verdadera.

Entonces, aparece el comisionado comunal de la zona, David Elías, en una camioneta 4x4 plateada, llena de bidones de agua y comida. Accede a llevar a la mujer y un camarógrafo se cuela en la caja. Cruza kilómetros de agua trepado a bidones de agua, con la cámara en mano. Llega hasta el Centro Integrador Comunitario (CIC) de Niogasta, donde algunos evacuados y otros vecinos van a buscar el alimento. 

El camarógrafo advierte que Elías piensa avanzar más en el pueblo, para llevar agua y comida y le pide que lo lleve. El funcionario le explica que no lo hará porque "hay cosas que no se pueden mostrar". Se va. 

El resto de los periodistas llega al lugar y deciden, junto a las misioneras, avanzar a pie por el medio del agua. Kilómetros más adelante, se cruzan con el delegado comunal que, al verlos con las cámaras y a pie, acelera la camioneta y desaparece. La prensa también encuentra lo que "no se puede mostrar". 

Casas llenas de agua con habitantes que, a los gritos, reclaman que no tienen dónde ir. Vecinos que recuerdan la visita a caballo de Alperovich y se preguntan qué pasó con la promesa de hacer obras para que la inundación no vuelva a ocurrir. Voluntarios, voluntarios por todas partes, gente común que abandona a su familia para ayudar en lo que puede. Un comerciante de un pueblo vecino que va y viene con su tractor, salvando muebles, bicicletas y personas. Maestros del lugar con vehículos llenos de donaciones. Animales muertos y otros rapiñándolos. Mosquitos, víboras, lagartijas y muchas moscas. Gente que llora, gente que canta mientras espera que llegue un vehículo a buscarlos, gente enojada con la prensa porque cree que, si habla con los periodistas, la ayuda dejará de llegar. 

Horas antes, un alto funcionario del Gobierno que trasladaba evacuados había susurrado a la gente que llevaba en su camioneta: "no bajen, que la prensa no les va a dar colchones". Reclama a los periodistas que digan que el Gobierno nacional no está haciendo nada por la situación. 


Volver a ninguna parte

La suerte de los habitantes de Sud de Lazarte y Niogasta está echada. Si el agua baja -si ese milagro que en 2015 se negó a aparecer ocurre-, volverán a su tierra devastada, saturada y negra, plagada de animales muertos a empezar de cero. Si las obras hídricas esta vez sí se concretan y son efectivas, no volverán a perder todo y llegarán hasta el fin de sus días cultivando, criando y viviendo de su tierra, alejados de la violencia, las drogas y las mafias de la ciudad. 

Por ahora, son pequeñas almas distribuidas en casas de familiares y refugios, sin más riquezas que los zapatos que llevan puestos, sin más perspectivas que las de conseguir un almuerzo gratis gracias a la generosidad del Gobierno.

Si el agua no baja, Sud de Lazarte y su gente, la que le dio vida, quedará disuelto en decenas de historias repartidas por ahí, viviendo sólo en la memoria de los más viejos que recordarán que, una vez, hubo un pueblo donde se podía "vivir decentemente".

Y con ellos se irá la memoria de los días en que los niños festejaban su día, en que había música y chocolate. Sud de Lazarte, cuando muera el último anciano que la recuerde, quedará sepultada bajo el agua y el olvido.

Texto
Mariana Romero
Producción
Andrés Figueroa
José Inesta
Isaías Cisnero