De estudiante y cartonero, a gaviero de la Fragata Libertad
Hasta su adolescencia vivió en el Bº 8 de Abril y a los 18 años ingresó a la Fuerza Armada.
Foto: Nuevo Diario Web
Leoncio Fabrer Quinteros es uno de esos jóvenes de familias dignas de admiración. A sus 22 años, este santiagueño va “contra la corriente” del destino a bordo de la Fragata Libertad, como gaviero. En su adolescencia no tuvo más remedio que ser cartonero, como sus padres, pero nada le impidió cumplir sus sueños.
Llena de orgullo, su mamá Olinda Quinteros contó la valiosa historia de este cabo segundo de Mar, quien hasta hace poco fue habitante de la cubierta del Canal de Beagle. No fue nada fácil llegar hasta ahí.
Su infancia y adolescencia transcurrieron en el barrio 8 de Abril de nuestra ciudad. Egresó siendo abanderado en el colegio Nuestra Señora del Rosario de Fátima a los 18 años. Para ingresar a esta institución del Nivel Secundario, sus padres debieron esforzarse muchísimo: todos los días salían a vender pan casero, chipaco y tortilla, además recolectaban cartones.
Cuando esto sólo alcanzaba para el plato diario de comida y no para las cuotas de la escuela o los libros, nuestro protagonista no dudó en salir a la calle y colaborar con sus padres buscando cartones en el centro.
Su deseo de progresar ya era inquebrantable. Muy pronto comenzó a crecer en él un anhelo distinto al de la mayoría de los adolescentes. Imaginó entrar en el Regimiento y acompañando ese deseo, su madre lo llevó a averiguar sobre el sistema de admisión que precisaba de “muchos papeles”, lo que resultaba hasta “inconveniente”.
“Un día, mirando la tele daban la noticia de que si necesitábamos información para decidir entrar a la Armada, tenían que dirigirse a la casa del señor Camus”, relató Olinda. Este suboficial era uno de los tantos clientes que compraba pan a la familia, en la vereda de un conocido supermercado céntrico santiagueño.
“Conversando con el hombre nos dijo que iba a inscribir a mi hijo”, contó la mamá. Fue ahí cuando todo comenzó a cambiar para Leoncio. Su esfuerzo y empeño para estudiar y trabajar lo llevan hoy a navegar por nuevos rumbos.
Olinda recuerda que nunca le gustó la idea de que fuera militar y mucho menos que se alejara de casa; “pero a él le gustaba y le gusta, así que me he adaptado a su vida. Es mi orgullo desde que ha nacido”, sostuvo. Ahora, desde la distancia, Leoncio ayuda económicamente a su mamá que no ha dejado de trabajar. “Aún así no dejo de recorrer las calles vendiendo tortilla y chipaco”, contó.
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