El PJ, su debilidad política y la urna de Pandora

Ganó las elecciones y no puede asumir. Maneja la Casa de Gobierno y no se puede asomar a la vereda. Pega a la prensa y no puede callarla

Política14/09/2015Mariela AldereteMariela Alderete
Foto: El Destape Web
Foto: El Destape Web

Al Partido Justicialista de Tucumán parecen quedarle pocas patas de poder. Ganador de las elecciones e inquilino de la Casa de Gobierno desde hace 16 años, no está en condiciones siquiera de ocupar la vereda de su propio edificio de Gobierno ni de proclamarse ganador sin violentar a la Justicia.

Los números le sonríen. El escrutinio provisorio consagró al oficialismo ganador por un buen margen y el definitivo parece confirmar la tendencia. Los candidatos ocupan los sillones más privilegiados del Gobierno, manejan el descomunal aparato del Estado y comparten el signo político presidencial. En cualquier momento histórico, estos tres elementos bastarían para trazar un cuadro de poder sólido e indiscutible. Pero en la Tucumán convulsionada de las últimas semanas, nada está todavía cerrado.

El PJ perdió la calle. Tiró tanto de la soga que lo mantenía atado al poder que finalmente se cortó y al día siguiente de las elecciones ya tenía una multitud en contra en la plaza Independencia. Podría haber revertido la situación, pero resolvió despejarla a lo bestia, con balas de goma, gases lacrimógenos y detenciones ilegales. Y la respuesta fue brutal en términos políticos: diez plazas Independencia (ocho multitudinarias) lo confinaron a su propia sede, donde tuvo que festejar a puertas cerradas. Inédita situación del partido de masas fundado en la plaza de Mayo en 1945, dueño histórico de las calles.

El intento por recuperarla salió mal. Jaldo y Manzur arengaron con bravuconadas a su propia militancia a volver a la plaza porque resulta increíble ser dueños de la Casa de Gobierno y no poder salir a la vereda a mostrar quién manda. La respuesta fue el temor. Los rumores de un posible enfrentamiento corrieron de manera inmediata y los fundamentos eran sólidos: los productores agrarios que acampan en la plaza lo advirtieron y el clima que se respiró dentro de la sede del PJ terminaron de vaticinarlo. Es que, en sus dos encuentros previos, los cantos sobre la muerte de Cano y Amaya y el clamor por adueñarse de la calle ya no podían contenerse.

Y la respuesta ante el temor fue la retirada. El mismo oficialismo que hace tres semanas intentó despejar la plaza a fuego y gases, esta vez debió retroceder, porque un nuevo hecho de violencia podría terminar de minar la legitimidad de un gobernador que ganó las elecciones pero no puede siquiera nombrarse electo porque la Justicia investiga si esos números son verídicos.

Legitimidad y enojo con la prensa

Manzur se enoja con la prensa cuando se le pregunta si se siente con legitimidad suficiente para asumir. Durante el primer encuentro del PJ en su sede, a una semana de las elecciones, increpó al periodista Luis Medina por consultarle justamente eso.

Beatriz Rojkés también acusó a la prensa de desestabilizar y, por las redes sociales, algunos funcionarios dieron rienda suelta a su enojo con algunos periodistas que no reproducen su versión de los hechos. "Cobarde", "militante", "histérico" e "inductor de la violencia" fueron algunos de los calificativos que asignaron a los trabajadores de prensa.

La urna de Pandora

La legitimidad que le otorga al peronismo el resultado de las urnas está cuestionada. No por sus propios seguidores, sino por la Justicia que todavía no resolvió si las elecciones serán anuladas.

Pero además de la sospecha judicial, está la duda social. La jornada electoral fue violenta, regada de balazos, urnas quemadas, denuncias de clientelismo (sólo la Junta recibió 53) y golpizas (una dejó a un camarógrafo que filmaba bolsones herido en un hospital). Sin embargo, los ánimos no se calmaron tras la jornada del 23.

Las urnas que dan ganador a Manzur llegaron, en muchos casos, violentadas a la Junta Electoral. Lo denunciaron empleados del mismo organismo, ante escribano público. Otros, negaron lo sucedido, pero ante el despido de los denunciantes, el testimonio de normalidad queda teñido de dudas.

De todas maneras, la verdad la tenían los videos de las ocho cámaras dispuestas para registrar todo el proceso. Esos videos, sin embargo, fueron dañados. La Gendarmería alegó bajas de tensión y apagones que luego se comprobó que no existieron y la duda creció: si no fue la electricidad ¿quién dañó los archivos y por qué?

Tanto oficialistas como opositores (sí, desde el Acuerdo para el Bicentenario también) se preguntan el porqué de las irregularidades si el triunfo de Manzur era casi seguro unos días antes de las elecciones. ¿La diferencia se preveía ajustada? ¿Es costumbre votar en estas condiciones en la provincia? Quizás, tras doce años, la maquinaria de las "truchadas" está echada a andar y, como una especie de Frankenstein fuera de control, es demasiado tarde para sacarlo del juego. Lo cierto es que el triunfo previsible de Manzur quedó manchado de sospechas por las propias prácticas oficialistas. Podría haber jugado de manera menos sospechosa y -según aseguran los sondeos- hubiera ganado igual.

Pero la apuesta fue la fuerza sobre la legitimidad. En las palabras, el oficialismo reclamó la misma transparencia que la oposición, pero en los actos, sus apoderados no acompañaron esa exigencia. Manzur se cansó de decir que estaba de acuerdo con que se abran todas las urnas, pero no hicieron un sólo pedido legal en ese sentido. Los fiscales de sus acoples tampoco acompañaron ese pedido y, de la gran cantidad de urnas abiertas, en sólo un puñado se contó voto por voto. Es que, hay que saberlo, "urna abierta" no significa recuento físico: en la gran mayoría de los casos significa abrir la caja, sacar el acta de escrutinio, volver a cerrarla y darla por válida.

¿Y dónde está Cristina?

A tres semanas de las elecciones, Tucumán no tiene gobernador, legisladores, intendentes, concejales ni delegados comunales. La Casa de Gobierno no ha tenido respiro ni de noche ni de día, acosada por las marchas tradicionales de los jubilados y de las víctimas de la Impunidad, además de las que reclaman votar de nuevo y las del campo. Alperovich no ha podido sacar la nariz por la ventana para tomar aire fresco y Manzur no se puede desplazar sin custodia y "militantes" que lo rodean. Y, supuestamente, ambos son los elegidos de la historia, los ganadores de las elecciones. Hasta el intento de montar un escenario en su propia Casa de Gobierno fracasó, mientras los tractores, las velas, el vehículo de José Cano, las banderas contra el fraude y las pancartas en su contra suben y bajan como quieren la explanada.

En ese cuadro de debilidad política, la palabra más esperada todavía no aparece. El gesto presidencial de apoyo a uno de los ministros más mimados de la gestión de Cristina Kirchner no aparece. Y no es que la presidenta no hable: habla de los refugiados sirios, de los medios de comunicación, de las internas del Partido Laborista inglés y de Fernando Niembro. Pero sobre Alperovich y Manzur pesa un silencio de tumba. La oposición tampoco reclama una definición presidencial: saben que una palabra de Cristina podría torcer los ánimos y Amaya, especialmente, no ha descartado un salvavidas de la Casa Rosada.

El festejo merecido

La celebración del Justicialismo es merecida. Sea el 54% o cualquier otro porcentaje, la cantidad de votos que obtuvo es alta. Los métodos por los cuales consiguió el resultado son sólo cuestionables para quien no integra el espacio peronista: puertas adentro, el clientelismo y la inducción al voto a cambio de comida no constituye un escollo moral ni jurídico para los dirigentes. Es totalmente válido, más aún cuando se sabe que la oposición (sus ex aliados, ahora en el ApB) tampoco abandonó la maña y recurrió a los mismos enjuagues clientelares.

Los peronistas se merecen su plaza: el esfuerzo militante y la cantidad de fondos públicos invertidos en garantizar su continuidad lo ameritan.

El problema peronista es que, al menos en estos tiempos revueltos, el poder de la fuerza del aparato ha dejado de ser infalible. Ya no alcanza con los cientos de colectivos, las listas de asistencia, los $ 100 ni las amenazas de quitar los planes. La maquinaria continúa intacta pero ha perdido su infalibilidad. El aparato ya no garantiza la plaza, no asegura la proclamación y mucho menos tienta al Gobierno central. El peronismo local sigue dando vueltas apelando a los mismos métodos que lo consagró, insistiendo en las formas de antaño que, en la Tucumán actual, parecen haber perdido efecto.



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