Habló la joven que denunció a los exjugadores de Vélez: “Después de violarme, se fueron a jugar al casino”

Deportes 20/05/2024 Redacción Redacción
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Luli tiene 25 años pero parece de menos. Se mueve en zapatillas, ropa holgada y va sin maquillaje. Tiene una belleza fina, cero voluptuosa. Basta con repasar su historial en redes para advertir que siempre fue así, una piba sencilla con rasgos delicados. Sus modos denotan la pertenencia a una clase social acomodada de Tucumán. Su léxico es perfecto y su conciencia de los hechos, mas aún.

Luli quiere hablar. Tiene mucho para decir. A medida que pasan los días, recuerda más y más cosas. Su cabeza parece detenida en el tiempo, fijada en una fecha en el calendario que lo cambió todo. Una noche fatal donde su admiración por un jugador de futbol la sumergió en el peor de los infiernos. Luli no llora ni se abruma. Luli habla.

Todo empezó el pasado 2 de marzo luego del empate de Atlético Tucumán y Vélez en la Copa de la Liga. Luli había tomado sol en la pileta de su casa, junto a amigos y familia. La noche de ese sábado no podía ser más que entretenida. Ir a la cancha junto a su mejor amiga a ver un partido que prometía. Se preparó con su short de fútbol preferido y una musculosa blanca. Nada podía arruinar semejante plan. Jamás imaginó que el infierno iba a venir de la mano de los jugadores a quien ella tanto creía conocer y admiraba.

El primer contacto fue en la zona mixta del estadio tucumano donde periodistas y jugadores se cruzan después de los partidos. Desde el micro los de Vélez se asomaban por la ventana mirando el entusiasmo del periodismo local. Luli era parte del grupo. Su bronceado y su bermuda deportiva la distinguían de los lugares comunes. El arquero uruguayo Sebastián Sosa lo advirtió de inmediato. Fijó su mirada en ella, hizo muecas y ademanes hasta llamar su atención. El resto vino de la mano de un mensaje privado en su cuenta de Instagram: “Sos vos, te encontré”.

Sosa tuvo el comportamiento de un caballero: la invitó a tomar algo en el hotel Hilton, lugar donde concentraban los jugadores. Luli le aclaró que solo iría si no se desubicaban sus compañeros. También se inventó un novio para que no pensaran que estaba soltera. Y allí fue, confiada que el día terminaría tan bien como había empezado.

Llegó al hotel pasada la medianoche. Subió a la habitación 407 donde se encontró con el jugador. Poco después se sumaron Abiel Osorio, Braian Cufré y José Florentín. Charlaron un rato y comenzaron a tomar alcohol. Sobre esto, Luli aclara en una entrevista para el noticiero TN de 10 a 13 algo que cuesta comprender a quien es ajeno a ese mundo: “El futbol es un ambiente de hombres y mi trabajo es moverme entre ellos. Para mí es lo más normal del mundo verlos moverse en grupo, o reunidos una concentración en los hoteles”.

La noche continuó entre anécdotas, cerveza y fernet servido en un termo blanco. Luli no tiene dudas que ese termo tenía alguna sustancia química que la dejó indefensa y sin resistencias. Con el correr de los días volvió a la escena del termo una y otra vez. Finalmente pudo rearmar el rompecabezas: sólo ella y Sosa habían tomado. El resto fingía, pero luego bebían cerveza.

No pasó mucho tiempo para que empezara a sentir que el suelo se movía y todo le daba vueltas. Cuando quiso pedir ayuda a Sosa, el arquero ya estaba desplomado en la cama, o al menos eso parecía.

La sucesión de hechos son el retrato de una brutal violación en grupo. La joven pidiendo ayuda mientras Florentín y Cufré se aprovechaban de su estado de indefensión para abusar de ella en simultáneo. Ella asegura que Cufré la tomó de los pelos y la obligó a practicarle sexo oral mientras Florentín la violaba por detrás.

Luli cuenta los hechos con lujo de detalles. No tiene angustia ni pudor. Habla con la certeza de quien sabe que le tendieron una emboscada. “Después de que me violaran, Florentín y Cufré se vistieron y se fueron a jugar al casino. Quedé tirada en la cama sin entender bien qué estaba pasando. Comencé a sangrar. Como pude me arrastré al baño para limpiarme. Regresé y me volví a tirar porque seguía mareada y no encontraba mi ropa. Allí advertí que Sosa seguía o parecía estar dormido y Osorio jugaba la play como si nada hubiera pasado. Empiezo a reprocharle lo que me habían hecho sus amigos y cómo no intercedió para evitar que me violaran. De repente, cuando pensé que lo peor ya había pasado, Osorio saltó de una cama a la otra y comenzó a violarme él también”.

Seis horas duró la pesadilla. Todo fue confusión, miedo y desesperación. Como pudo logró pararse, buscar su ropa y escapar del hotel. En el camino le escribió a Sosa buscando alguna respuesta a la trampa que le habían tendido. Las respuestas parecían sacadas de un manual del violador: someter a la víctima, ultrajarla y pensar que a pesar de todo la había pasado bien.

Los días siguientes fueron de desasosiego, angustia y soledad. Su memoria comenzó a despertarse y el grito ahogado de aquella noche fue encontrando las palabras. El 6 de marzo, acompañada por sus padres y su abogada, Patricia Neme, Luli se presentó en la división Delitos contra las personas de la Policía de Tucumán para realizar la denuncia.

Los exjugadores están presos desde entonces. Luli lleva ocho audiencias yendo a tribunales para relatar una y otra vez lo que pasó en la madrugada del 3 de marzo en el hotel más lujoso de la provincia.

Luli no sabe cómo será su vida de ahora en más. Lo único que tiene claro es que si no repara esa pesadilla con el peso de la ley, sus días quedarán suspendidos en el tiempo. Sólo la justicia le va a poder devolver un futuro.

El calvario de la joven que denunció a los exjugadores de Vélez: “Tengo una angustia que no se puede frenar”
“Por momentos tengo una angustia que no la puedo frenar.

Me asusta mi futuro. ¿Cómo sigo? ¿Me voy a poder reincorporar a mi trabajo de periodista deportiva? ¿Qué jugador va a confiar en mí? ¿Cómo me saco el estigma de que yo fui la p*** que fue a acostarse con los jugadores de Vélez? Me llama la atención el prejuicio que hay con las víctimas de abuso sexual. ¿Acaso esperan vernos golpeadas, chorreando sangre, con depresión y ojeras?”. Con esas palabras punzantes la periodista tucumana describe el estigma con el que cargan quienes se animan a denunciar.

Es cierto que en muchos casos de delitos sexuales la mayoría de las preguntas van hacia la denunciante más que a los acusados: ¿para qué fuiste?, ¿por qué te vestiste así?, ¿por qué no les pegaste?, ¿cómo que te quedaste quieta?

Una y otra vez, las opiniones están puestas en que si el abuso ocurrió, la víctima algo hizo para que los hechos sucedieran. Es paradójico, porque si uno va a denunciar el robo de una billetera nunca van a pedirte que muestres un moretón para dar por cierta la denuncia.

 La abogada de Luli, Patricia Neme, tiene una amplia trayectoria en defender mujeres que enfrentan divorcios y acosos laborales y sexuales. Lleva años apuntalando a sus defendidas del prejuicio social. “No existe un manual de cómo tiene que actuar una víctima”, dice. “La gente entiende que una abusada tiene que aparecer golpeada y con la ropa arrancada. Y eso no es verdad”, agrega.

“Es muy doloroso ver los comentarios contra quien se anima a denunciar. Las mujeres cuestionan a las mujeres cuando nos están matando cada 24 horas. No hay empatía de género”, señala.

En los casos de abuso sexual la condena social a veces está por encima que la Justicia, y no siempre los señalados son los abusadores, sino la propia denunciante.

Estos casos dan cuenta que como sociedad tenemos una gran asignatura pendiente: queda mucho por hacer y mucho por educar en materia de abuso sexual.

Fuente: TN

 

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