Víctor, el albañil que enfrentó al cáncer a través de un violín

Fue el padre y creador de quienes pincelan con música la peatonal Mendoza, "Los hermanos Juárez". Fabricó un instrumento para vencer la muerte y dio vida a una generación de músicos.

Sociedad21/06/2017Mariela AldereteMariela Alderete
Foto: Sabino Juarez
Foto: Sabino Juarez

Por: Isaias Cisnero 

Oriundo de Banda del Río Salí, de profesión albañil y de corazón, padre, músico, compositor y soñador. Falleció a los 63 años Víctor Orlando Juárez, o "Vitín", como le decían en el Barrio Soldado Tucumano.

Crió y educó a fuerza de fratacho y guitarra a cinco hijos: Santiago, Diego, Sabino, Matías y Luciana, frutos de su gran amor, Graciela del Valle. Un amor festivalero con el que se topó hace más de 20 años en La Rinconda. Ella estaba entre el público sentada en una mesa junto a su hermana y él, con un bigote prominente bien recortado y una postura firme, pisaba seguro el escenario junto al grupo Los Ilereños.

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Con ellos se destacó en la primera guitarra, cantó y compuso varios temas. Conducía aquel festival otro grande que también se nos fue, Pablo Campos, emblema e ícono muy poco recordado en el reciente aniversario del tradicional programa "Elegidos". Con él, generó un vínculo que años más tarde le permitiría visitar el legendario estudio de Canal 8 junto a dos de sus hijos, Diego y Santiago.

Víctor comenzó a darle batalla al cáncer hace cinco años, cuando había acompañado a un hijo al médico. En esa ocasión, aprovechó para hacerse revisar él también ya que hace tiempo sentía unas molestias en el abdómen. Y por esas vueltas de la vida, fue él quien terminó recibiendo un diagnótico poco alentador.

"La noticia lo afectó demasiado", contó Santiago. "Llegó llorando a casa esa tarde y yo sólo me quedé en silencio a su lado". Pasaron los minutos y quizás, ante la impotencia de no saber qué hacer, a este hijo se le ocurrió un pedido muy particular: "Pá, ¿me hacés un violín?". 

No olvida la cara de su viejo, aletargada, cerca y distante a la vez ante la insistencia de su "negrito"(así le decía). "Dale pá, vos sos muy inteligente".

"Mi viejo era un tipo instruído, autodidacta, devoraba libros y libros". Pero en realidad la intención escondía la verdad del asunto: "yo quería hacerle olvidar lo que había dicho el médico", sostuvo el joven. Sin embargo, la insistencia por un instrumento que ni él ni su padre jamás en la vida habían conocido ni mucho menos tocado, terminó por ser la génesis de una relación marcada por la música y las anécdotas.

Vitín, aquél músico enérgico de gran bigote, postura firme y mirada penetrante, ahora estaba sentado en una silla. Con la mirada en el suelo, la espalda encorvada y los labios secos por un vaso de agua que le ofrecieron y no quiso beber, lanzó finalmente unas palabras cansadas: "bueno negrito, mañana mismo te lo hago". Su mente divagaba por un momento entre las frías palabras del médico y el pedido su hijo.

El siguiente paso para combatir de alguna manera este malestar, era pensar cómo y de qué manera contruir el violín. Recordó un antiguo ropero que había en la casa: "¡Negrito, arranquemos la puerta y lo armemos con esa madera!". Sin vacilar, dibujó unos planos, cortó el viejo placard y armó un improvisado diseño, pero aún faltaba el mástil del instrumento. La pata de una vieja cama fue víctima de la creatividad de un hombre cuyos conocimientos sobre luthería eran escasos pero las ganas de impulsar a sus hijos en el camino de la música eran plenas. Quince días despúes, nació el primer violín y enamoró a primera vista a Santiago.

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El recuerda: "a veces, cuando mi viejo no tenía las herramientas necesarias, usaba vidrios para recortar la madera. Siento que ambos descubrimos en cada uno algo que desconocíamos".  Él, su capacidad para construir violines y su hijo, para  tocarlos. Luego, vino un segundo y tercer violín. Insólitamente los construyó con restos de un viejo monopatín y finalmente fabricó un cuarto. La maldita enfermedad ya no lograba distraer a Vitín.

"Nos enseñó a tocar la guitarra desde muy chicos", cuenta Santiago. Luego hace una pausa, aprieta la garganta y agrega: "cierta vez me dijo: yo no quiero que seas albañil, quiero que seas músico, que seas completo, que amés lo que haces". Soñaba con que sus hijos surgieran, que nunca pierdan la fe, relata Santiago. "Desde chicos nos llevaba a conciertos, festivales, programas de radio y televisión, fue algo así como nuestro productor", sostuvo.

A Víctor le apasionaba la música clásica, tuvo hasta un programa en Radio Nova en Banda del Río Salí y cuando se iba a dormir, sintonizaba la Nacional. A veces subía el volumen y le gritaba al hijo desde la pieza: "¡negrito, escuchá ese violín, suena como un pajarito!". Quizás por eso, el sonido de las cuatro cuerdas captó a Santiago y lo sentó por horas a tocar y tocar hasta perfeccionarse. 

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Pasaron dos años y el cáncer intentó ganarle un round. En la cama de un hospital, postrado 31 días, sin fuerzas pero fiel a su espíritu de lucha musical, ni loco le flameó la bandera blanca a la muerte.  Pidió un hoja, un lápiz y escribió, "Rezo por tí", una canción dedicada ni más ni menos que al Papa Francisco. "Ojalá algún dia él la pueda escuchar", soñaba Vitín, y el "negrito", con aquel primer violín que nació luego de una mala noticia, puso música a una letra llena de esperanzas.

Luego del alta, Santiago y Diego ya conformados como, "Los Hermanos Juárez", decidieron grabarla en un estudio. Pensaron que sería una buena idea invitar a un artista a que los acompañe en la reproducción. Víctor Orlando Juárez, el precursor de estos talentosos changos que hechizan con cuerdas de violín y guitarra a los peatones, estaba feliz por la invitación.

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Mayo de 2017. El saboteador de la felicidad de Víctor volvió a golpear brutalmente al gran músico. "Durante esa internación pude compartir mucho con mi viejo", cuenta el joven violinista. "Anhelaba un futuro para nosotros, me decía. No tenía un trabajo fijo y todo lo que consiguió para mí y mis hermanos fue poniendo el lomo en las obras. Me contó de sus sueños por ganar la empanada de oro en el festival de Famaillá, de las canciones que compuso cuando era joven y de aquella vez que lloró frente al televisor cuando fuimos invitados con mi hermano por el maestro Jeff Manoukian a su programa, El 10 en Concierto . Pero siempre volvía sobre lo mismo, nunca dejen la música vos y tu hermano, aunque yo no esté sigan adelante".


Es por eso que como hace 9 años, "Los Hermanos Jurez" siguen tocando en la peatonal. Entre las bocinas, el murmullo y los gritos, el canto de ellos se impone y arremete contra la vorágine cotidiana del centro. Lo hacen por ellos, lo hacen por su viejo. "Algún día la oportunidad les llegará", les decía Vitín.

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Se aproximaba el día del padre, pero decidió marcharse, su labor como padre y músico había terminado. Amó, construyó, enseñó y escribió. El corazón dejó de marcar el ritmo de este músico un viernes 16 de junio de 2017 a las siete de la tarde y la guitarra, su guitarra, quedó en silencio. Santiago y Diego la miran desde lejos, no quieren ni tocarla. Ella conserva "la ultima afinada" que él le dió.

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Las personas comienzan a llegar. Sus hijos, a los que amó, permanecen sentados y en silencio. Un cajón cerrado ocupa el centro del comedor y en la cabecera, el primer violín, aquel construido como un intento de escapar al cáncer. De pronto, Santiago se pone de pie, infla el pecho, aprieta los dientes y agarra de sopetón el instrumento. La melodía intrusa del Ave María capta la atención de todos, inunda el lugar y se gana las lágrimas de orgullo de sus hijos. Aquel primer violín había venido a despedirse, a decir adiós a quien le dio la vida y el gran músico queda allí, con sus ojos cerrados, pero regalándoles a todos un instante de música en las manos del negrito, de aquel que años atrás le preguntó "Pa, ¿me haces un viólín?".

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Twitter: @IsaiasCisnero











 


  

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