Los que viven opinando de todo el mundo
Cuenta una vieja historia que un padre iba viajando con su hijo y un burro. Cuando llegaron al primer pueblo, la gente empezó a decir: “Qué tontos, tienen un burro y no lo usan”. Así que el joven se subió al burro. Al llegar al segundo pueblo, la gente dijo: “¡Qué hijo desagradecido! Él sobre el burro y el pobre hombre caminando”. Así que el padre hizo bajar al muchacho y se subió al animal. A continuación, llegaron al siguiente pueblo donde la gente decía: “¡Qué mal padre! El pobre chico caminando y él sobre el burro”. Frente a eso, los dos se subieron al burro. Cuando llegaron a otro pueblo, escucharon a todos decir: “¡Pobre animalito! ¡Cómo lo maltratan!”. Finalmente, ambos se bajaron y terminaron cargando al burro.
Cuando vivimos escuchando lo que los demás opinan de nosotros, terminamos con una carga pesada. En las charlas que doy, me gusta pedirle a la audiencia que imaginen un extraterrestre y lo dibujen. Algunos lo dibujan en su mente. Luego, les digo: “Levanten la mano los que lo dibujaron con antenas… con la frente alta… con nariz grande… con ojos grandes”. Y todos van levantando la mano. ¿Cuántas de esas personas han visto a un extraterrestre? Seguramente ninguna. Muchas veces, hablamos de lo que no conocemos de los demás.
Otra anécdota, con una gran enseñanza, cuenta que un hombre abrió una pescadería. Colocó en el frente del negocio un cartel que decía: “Se vende pescado fresco” y pensó: “Ahora sí voy a vender”. Se acercó el primer comprador y le dijo: “Señor, usted me está faltando el respeto”. “¿Por qué, señor? Yo no lo conozco”, respondió el hombre. “Porque acá dice: se vende pescado fresco. ¿Qué? ¿El pescado está podrido?”. “No, señor, está fresco”. “Entonces, ¿para qué aclarar algo obvio?”. “Tiene razón”. Así que se subió a la escalera y tachó “fresco”. Pensó: “Ahora sí voy a vender”. Vino otro cliente y le preguntó: “¿Usted me está tratando de tonto a mí, señor?”. “Pero, ¿qué le pasa a este barrio? No, señor, yo no lo conozco”. “El cartel dice: se vende, y es obvio que es un negocio. ¿Para qué aclara lo obvio?”. “Tiene razón”. Así que volvió a poner la escalera y tachó “se vende”. Pensó: “Ahora sí voy a vender”. Vino un tercer comprador y le dijo: “Señor, usted me está faltando el respeto”. “¡Otro más! Pero, ¿qué pasa?”. “Vengo caminando y, a dos cuadras, ya se puede oler el pescado. ¿Para qué aclara lo obvio?”. “Tiene razón, señor”. Esta vez tachó “se vende”. La anécdota termina diciendo que el pobre hombre nunca vendió nada.
La gente siempre va a opinar. Los argentinos somos “opinólogos profesionales”. Nos encanta opinar de todo y de todos, aunque no sepamos de qué se trata el tema. Afirmate en tu identidad y en tu valía. Pintá tu propio cartel y no termines cargando un burro. Seguí los sueños de tu corazón y no te enfoques en la voces de los demás. Después de todo, hagas lo que hagas, siempre habrá gente que te va a amar y gente que te va a odiar y va a opinar de vos sin conocerte. ¡Sé tu mejor versión!
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