Tucumán Por: Mariela Alderete15/08/2015

A seis meses de las inundaciones, siguen aislados: "Estamos por desaparecer"

El agua nunca bajó en Sud de Lazarte y sus habitantes ya perdieron la esperanza de recibir ayuda del Gobierno. Quieren abandonar el lugar, pero no tienen cómo cruzar al otro lado

El 30 de marzo de este año, el pequeño pueblo de Sud de Lazarte se convertía en noticia. "A un mes de las inundaciones, unas 100 personas continúan aisladas", rezaban los titulares y estallaba la preocupación.

Hoy, a medio año de las catastróficas crecidas del verano, el pueblo está por desaparecer. El agua que rodea a las 20 familias que viven en la zona nunca desapareció y, desde entonces, Sud de Lazarte se convirtió en una isla.

Ubicado en la localidad de Monteagudo, en el departamento de Simoca, el pueblo casi no figura en los mapas. "Yo creo que ya nos dan por perdidos, ya no figuramos en ningún lado", relata una vecina a Periódico Móvil.

No quiere que se publique su nombre. Desde la crecida de febrero, los habitantes del caserío perdieron cualquier posibilidad de subsistir por sus propios medios: la tierra quedó incultivable y los animales se murieron. Una vaca quedó en pie y los vecinos se turnan para cuidarla. Algunas gallinas había en marzo, pero las fueron comiendo.

Para salir del pueblo, es necesario cruzar en lancha o a lomo de caballo unos dos kilómetros de agua. Cuando uno empieza a atravesar el espejo, no se ve tierra en el horizonte. "A veces está el caballo, a veces no. La lancha está medio averiada y no siempre funciona", relata uno de los vecinos.

Casi todos tienen miedo, además de una especie de esperanza de que, si sus nombres no trascienden, gozarán de la buena estima de las autoridades y no sufrirán represalias. De todas maneras, a la hora de enumerar la ayuda que recibieron del Estado, los dedos de la mano sobran.

Algunos recuerdan que, tras las noticias que trascendieron en marzo, llegó un equipo de personas que decían responder al ministro del Interior, Osvaldo Jaldo. No pasó mucho más. Durante meses se mantuvieron con las donaciones que les enviaban personas de la Capital y de Concepción y que llegaban a través de un grupo de voluntarios entre los cuales había dos monjas y un médico.

El agua comenzó a bajar con los meses. A principios de agosto, el nivel descendió de un metro y medio a unos 50 centímetros. Aunque con frío y miedo por las víboras, algunos habitantes ya se aventuraban a cruzar los dos kilómetros de agua a pie. Especialmente, los hombres, que trabajan en su mayoría en la cosecha del limón.

Pero las lluvias que comenzaron el domingo de las PASO y se quedaron toda la semana volvieron la situación al principio. Al caballo, el agua le llega al lomo y ya no es posible cruzar caminando. El pueblo tiene energía eléctrica, la recuperó tras un mes de apagón en marzo, pero los vecinos piden que la corten. "Es mejor no tener, en esta situación puede pasar una desgracia", señalan.

La escuela del lugar cerró sus puertas cuando creció el río Chico en febrero. Los grandes pensaron que la situación se iba a resolver así que los chicos dejaron de asistir, pero el agua nunca bajó, el año avanzó y los niños comenzaron a cruzar el espejo a caballo para ir a clases a Niogasta, el pueblo separado de Sud de Lazarte por la nueva laguna de dos kilómetros.

"Cuando ustedes vinieron en marzo todavía todo el mundo hablaba de las inundaciones. Nosotros pedíamos máquinas para recomponer el camino y reabrir la escuela y creíamos que el Gobierno iba a mandar ayuda. Ahora, creemos que no deben estar ni enterados que el agua no bajó nunca, porque ya me parece que no existimos en el mapa", dice la primera joven, la que tiene miedo de que se sepa su nombre porque cree que las autoridades lo tomarán como signo de rebeldía y no la ayudarán.

"Esto ya no tiene solución. Acá siempre se llenó de agua, pero siempre bajaba. Ahora esta zona ya quedó imposible de habitar. Lo único que nos queda es la reubicación", agrega con tristeza.

Pero a la hora de pensar en el éxodo, sin recursos ni vehículos para llevar desarmadas las casas y las cosas, el muro de agua se convierte en una fortaleza invencible. Es imposible llevarse la vida sólo con un caballo, o dos, o tres y una lancha. Hay que abandonar el pueblo y no hay en qué. Tampoco se sabe dónde irán a poner las cosas, qué terreno habrá disponible para rearmar las casillas en paz, sin que los desaloje la policía o el dueño de algún campo.

Aisalada y sin asistencia del Estado, Sud de Lazarte se ha convertido en una isla de confinamiento. Unas 20 familias permanecen allí y, si no interviene el Estado, permanecerán hasta ir muriendo de alguna mordedura de víbora, una pulmonía, una descarga eléctrica o, si tienen suerte, de viejos.

(Fotos de Isaías Cisnero, marzo de 2015)