La Elena y la risa
Mide menos de uno cincuenta y, cuando habla, cierra los ojos porque las lágrimas le salen siempre de a montones. Vende verdura en la calle San Lorenzo...
La Elena es pobrecita. Mide menos de uno cincuenta y, cuando habla, cierra los ojos porque las lágrimas le salen siempre de a montones. Vende verdura en la calle San Lorenzo y dice que la vida ha sido mala, vea señorita Mariana, mala; mala y humillante.
Con la vocecita de boliviana dulce siempre cuenta de manera muy desordenada cómo le mataron al marido, delante de ella y de los cinco hijos. Cómo perdió la cortada de ladrillos y la casa, fue viviendo de acá para allá con los críos a cuestas, aprendió a decir indagatoria, señor fiscal, homicidio simple y parte querellante. Siempre me pregunta cuándo empieza el juicio, yo no sé qué contestarle.
Cuando se le van las lágrimas empieza a hablar de los hijos. No entiende bien qué hace el más grande, que es mecánico pero arma y desarma cosas propias y nunca gana plata.
Con lo de la verdura en la San Lorenzo todos comen. También la Patricia, la única nena, que acaba de terminar el secundario. Yo la conocí una siesta, cuando terminaba de ayudar a la Elena a vender la verdura y salía para el colegio. Por algún motivo, la Patricia también sabe de música, y no sé cómo consiguió un violín y toca como un ángel.
A la Patricia un día se le puso en la cabeza que iba a ser doctora y así, como si la vida fuera fácil, estudió a los tumbos, aprobó el ingreso y terminó el primer año de la carrera.
Eso me contó la Elena la otra noche. Las lágrimas se le escapaban por los ojos y se le metían por la risa.