La huelga de los jubilados
la lucha sindical del jubilado, que se manifiesta desde la simple protesta a la acción judicial debido a la merma permanente de sus haberes, termina en un nuevo puesto de trabajo
No es mucha la perspicacia requerida para entender que se trata de una ironía. ¿Jubilados en huelga? Si, como todo el mundo lo sabe, el jubilado es un “no trabajador”, entonces es imposible que deje de trabajar. No se puede prescindir de lo que no se tiene.
Aunque no ignoramos que la huelga ha tenido formas dispersas, casi todas de carácter sindical, como los quites de colaboración, de brazos caídos y revolucionarias -entre muchas otras-; el elemento afectado es lo que llamamos la prestación laboral o simplemente el trabajo. La huelga implica pues, dejar de trabajar. Y la jubilación es naturalmente no trabajar.
Una breve digresión para entender esta encrucijada: fue toda una novedad la huelga a la japonesa por allá, por la década de los 70, que consistía en una versión contraria a la usual, pues la decisión de los trabajadores era de trabajar más. Pero seguramente esta forma se vincule más con al sesgo del perjuicio patronal (elevar los costos del almacenamiento, o mermar el precio de mercado de los productos que se elaboraban, por mayor presión de su oferta) antes que de una forma original de lucha sindical.
Volver a trabajar
Sin embargo, irónicamente, en nuestro país, y desde el siglo pasado, la huelga de los jubilados se manifiesta de un modo parecido, o sea trabajando más. Sólo que aquí de lo que se trata es de buscar un nuevo trabajo como jubilado.
Aunque, en general, las distintas leyes previsionales prohíben el trabajo de un jubilado –lo que con mayor frecuencia ocurre en las llamadas jubilaciones “especiales”-, algunas se limitan a ignorar el hecho o simplemente a suspender el pago del haber mensual, todo lo cual se subsana con el trabajo en negro.
O sea: la lucha sindical del jubilado, que se manifiesta desde la simple protesta a la acción judicial debido a la merma permanente de sus haberes, termina en un nuevo puesto de trabajo. Su protesta consiste en cambiar “jubileo” por una prestación laboral. La huelga es, pues, volver a trabajar, sin perder la condición de jubilado. Es la huelga de un jubilado.
Sin embargo, podríamos decir que esta forma de huelga representa la más primitiva forma de protestar ante la carencia. Porque, esencialmente, pretende conservar el nivel económico que le permita al jubilado intentar mantener su vida, sus bienes y hasta su estima social.
Es decir que lo que podríamos llamar la sobrevivencia en tiempos en que un hombre no es sólo un complejo biológico o una simple máquina de trabajo. Es un ser libre de la dependencia esclava que lo subordina a otros hombres destinados a explotarlo, propio de otras etapas de la humanidad. Lo vital es, pues, mucho más que el mantenimiento de un conjunto de células productivas y al servicio de otros.
Egipto
Extrañamente, la historia nos enseña que la protesta social en forma de huelga es más antigua de lo que podemos suponer. Hace más de 3.000 años, en el antiguo Egipto, el faraón Ramsés III (XX dinastía del Nuevo Imperio) fue informado que los esclavos que construían sus templos funerarios en el actual Valle de los Reyes, habían decidido ir a la huelga. El motivo era la falta de pago de sus remuneraciones. La moneda todavía no existía y el pago era en cereales, que esos trabajadores destinaban al propio alimento y el de sus familias.
La protesta, en que la motivación era realmente el sostenimiento de la vida del protestante, tuvo repercusiones de tal nivel que el faraón decidió intervenir personalmente. Ordenó que, ante la justicia del reclamo, se cumplieran las obligaciones de pago, aun a costa de afectar los almacenamientos preventivos de los cereales.
Además de ser un claro ejemplo de sensibilidad social, de una dignidad que se suponía descendiente del propio dios del universo (que era el Sol,) el hecho demostró cuánta sabiduría había en aquellos tiempos en que los hombres se adelantaban a las desgracias de los ciclos económicos.
Pero la huelga, que nació como una privación del trabajo, nos enseña que también tiene su fundamento en el sostenimiento de necesidades vitales, frente a la carencia de remuneraciones que se restituyen. Tal vez, la historia nos enseñe que, por ser vital, la remuneración debería ser suficiente, pues el trabajo esclavo –que se sepa- es el límite de las condiciones físicas de un hombre.
Lo anterior nos lleva a la reflexión respecto de la suficiencia del haber jubilatorio actual. Ya los faraones sabios no parecen abundar y lo que caracteriza las decisiones superiores parece ser el favorecer a los sistemas económicos, hartamente sospechados de responder a intereses de las minorías.
Actualidad
En efecto, la anterior Ley 18.037 del sistema general de jubilaciones y pensiones en la Argentina actual, partía de la determinación del haber inicial de un jubilado, como un promedio de los tres mejores ingresos anuales dentro de los diez últimos del período inmediato anterior al cese. Los valores tomados se actualizaban conforme a un índice oficial, totalmente tirado a la baja.
Pero este valor, aun suponiendo que pudiera tener alguna relación razonable del haber vital del trabajador, no llegó en las jubilaciones a superar la crueldad de la inflación futura, que en esta etapa de la historia del mundo, parece necesariamente tender al alza.
O sea: por principio, no alcanzaría el supuesto del 82% ni tendría actualización razonable en el futuro, ni siquiera para mantener la ración de trigo que el esclavo egipcio reclamó con una huelga y su faraón sabio llegó a concederle. Es que, además, los tiempos económicos han cambiado y –tecnología aparte- parecen ya ni interesarse por los problemas cíclicos que la sabiduría del pueblo antiguo ya tenía como instrumento de lucha contra la naturaleza.
Pero la forma clásica de la huelga de la antigüedad –y no ajena a la actualidad- no podrá parecerse a la de un jubilado, cuyos reclamos de alcanzar valores de remuneración vitales no se encuentran rigurosamente en el campo de la lucha laboral.
Volver a trabajar
La forma de su huelga es volver a trabajar sin perder su condición de jubilado. Se priva del hecho del júbilo al tocar el cuerno del cordero ante el fruto del trabajo, según la tradición judía, y la cambia por la labor esclava de un trabajador “en negro”, conforme con la terminología actual.
Es que no solamente la reciente historia argentina –en especial la de las dos décadas inmediatas pasadas, durante las cuales el salario del jubilado ha sufrido fuertes y jamás repuestas desvalorizaciones.
Así, partiendo de la base de que cerca del 50% de los trabajadores argentinos son informales y que el 80% de los jubilados –cerca de 2,5 millones de ancianos- cobran un salario mínimo que no llega a cubrir la canasta familiar, las cifras esconden a hombres viejos y agotados que buscan yapar los ingresos del retiro con una continuidad de sus labores.
Esta dificultad es más patética, en cuanto las mediciones oficiales estiman que actualmente existe un anciano mayor de 60 años cada 5 de las edades menores, cifra que los más optimistas calculan que será 3 de cada cinco en 2050, debido al envejecimiento de la población y la merma de la tasa de fecundidad, un fenómeno seguramente universal.
El sistema jubilatorio argentino es rigurosamente incapaz de sostener una remuneración adecuada al jubilado que seguramente tiene más de 30 años de vida laboral intensa.
Ya en la década de los 90 del siglo pasado, el sistema de la Ley 24.241 promedia los últimos 10 años de trabajo, actualizados con índices oficiales, y con un sistema complejo de adicionales resultaron menores al cálculo del haber inicial por la ley 18.037.
Los llamados Prestación Básica Universal -(PBU), que es una asignación insignificante en el cálculo- mas una Prestación Compensatoria –(PC) por los años aportados al viejo sistema, ya casi sin aplicación- y otra por adicional por Permanencia –(PAP) por los años en el nuevo sistema-, adicionaban valores brutos sumamente intrascendentes al promedio, con lo cual se han llegado a tener jubilaciones que apenas representan un 45% del último haber cobrado por el trabajador en la década pasada. A medida que pasan los años estos valores siguen descendiendo.
Se partía de la base que la recaudación previsional había sido prácticamente desmantelada. Los empleadores recibieron el beneficio de una merma de casi el 70% del aporte patronal.
Simultáneamente el auge del empleo “en negro” y la cantidad de afiliados al sistema que pasó al llamado Sistema de Capitalización de empresas privadas – y que terminaron haciendo un rentable negocio con los aportes de los trabajadores, razón por la cual hubo que eliminarlos en la década siguiente- desfinanciaron al llamado “Fondos sustentables” jubilatorios. Que no son sino los ahorros de los trabajadores.
En definitiva, entre 1991 y 2001 el sistema perdió $ 28.000 millones, con lo que en la práctica quebró para siempre. Actualmente está más dedicado a financiar otras prestaciones sociales (educación por computadoras, financiar empresas para evitar despidos, etc.) que a los propios haberes previsionales, cuya tendencia es a la extinción.
Con estas motivaciones –se ha perdido la movilidad y el principio de la relación con el ingreso como trabajador, entre otros derechos- los jubilados terminan produciendo la única huelga que puede salvarlos: buscar otra fuente de ingresos durante su vejez, o sea otro trabajo. Así, lo que parece una ironía ya no se parece tanto. Existen huelga de los jubilados, o jubilados en huelga, como quiera llamárselos. Pero existen jubilados trabajadores.