Asesino serial llora al ser perdonado por el padre de una de sus victimas.

Gary Leon Ridgway, más conocido como, "el asesino de Green River" fue arrestado el 30 de noviembre del 2001 gracias a una prueba de ADN por la cual pudo demostrarse que había asesinado a cuatro mujeres.

Foto tomada de www.viveloaqui.com

Ridgway era un padre de familia que trabajaba como pintor y asistía a la iglesia pentecostal de su localidad. Sus conocidos lo describían como una persona amistosa. Pero este sencillo padre de familia, llevaba una oscura vida paralela en la que  frecuentaba prostitutas para luego asesinarlas.

Los primeros cinco cadáveres fueron encontrados en 1982 junto al Green River, (Rio Verde, Washington), en aquel tiempo se desconocía al autor de las muertes por lo que  fue bautizado por la prensa como el  “asesino del Río Verde”. La gran mayoría de las víctimas eran prostitutas, drogadictos y jóvenes que escapaban de sus hogares. Sus cuerpos aparecían abandonados en lugares deshabitados. Mientras el número de casos sin resolver iba en aumento, los ciudadanos se alarmaban ante la ineficacia policial.

Las trágicas muertes eran seguidas por todo el país a través de los medios de comunicación: decenas de mujeres estaban siendo asesinadas, mutiladas y posteriormente abandonadas, primero junto al Río Verde, y más tarde en zonas boscosas, en las inmediaciones de aeropuertos o autopistas de distintos Estados.

Durante más de dos décadas la policía estuvo tras las huellas del asesino serial responsable de dichas muertes, sin poder encontrarlo y aun cuando sospechaban de Ridgway no podían demostrar su culpabilidad.

El 30 de noviembre de 2001 Gary Ridgway se disponía a abandonar la ciudad de Renton, Washington donde residía, pero fue arrestado por la policía y acusado del asesinato de cuatro mujeres cuyas muertes se atribuían al asesino del Green River, fue determinante la prueba de ADN para demostrar su culpabilidad en estos cuatro casos y por fin poder apresarlo.

El asesino hizo un trato con la corte norteamericana para evitar la pena de muerte, él debía señalar los lugares donde estaban enterrados o abandonados los cadáveres y confesar su culpabilidad. Y así lo hizo, e incluso confeso algunas muertes que los investigadores desconocían.

Se le encontró culpable de asesinar a 48 mujeres aunque el confeso en realidad haber matado a 71. Según las propias declaraciones de Ridgway, las motivaciones que lo llevaron a cometer tantos y tan brutales crímenes fueron, sobre todo, su deseo de “eliminar la escoria del mundo” y su desprecio hacia las prostitutas o las que él consideraba como prostitutas.

Además agregó “Por lo general, desconocía el nombre de las mujeres que mataba. Solía matarlas en el primer encuentro y no me acuerdo bien de sus caras. He matado a tantas mujeres que me ha sido difícil recordarlas a todas.” Ridgway  también reconoció haber elegido a las prostitutas como sus víctimas preferidas por la menor probabilidad que tenían éstas de ser reclamadas por familiares, pues la mayoría vivían solas o eran jóvenes que habían huido de su casa y de las que no se tenía noticia. Esta confesión de tremenda cantidad de muertes lo convierte en uno de los asesinos seriales más prolíficos de Estados Unidos.

El 18 de septiembre del 2003 la corte leía la sentencia a Ridgway y los parientes de algunas de las víctimas fueron invitados para expresarle lo que quisieran al condenado. Como era de esperarse las palabras destilaban dolor, bronca y el deseo de que el asesino pague todo el dolor que causó. Pero un hombre mayor marcó la diferencia cuando en vez de insultar o reclamar justicia le regalo el perdón.

Si hay algo difícil de dar es el perdón, más cuando el daño es irreparable. Pero este señor quien es solo un ejemplo de los muchos que han perdonado a sus victimarios, nos demuestra que no es algo imposible de realizar.

Esta claro que perdonar tiene sus costos, altísimos sin duda y quien perdona es quien paga esos costos. Pero por otro lado perdonar también tiene sus beneficios  para quien lo otorga, en muchos sentidos nos libera; dejamos de estar pendientes, prisioneros de alguna manera de aquel que nos lastimo, y entonces podemos seguir adelante con nuestras vidas. Tomando cada día pequeños pasos que nos lleven a sanar la herida.