Me cuesta mucho decir que no
Hay personas a las que les gusta entrometerse en las vidas de los demás. ¿La razón? Porque no existen límites en sus propias vidas y, en consecuencia, no poseen la capacidad de respetar los límites ajenos. Para poder ponerle límites a alguien, primero tenemos que hacerlo con nosotros mismos.
“Bernardo, ¿yo, cómo me pongo límites a mí mismo, a mí misma?”, tal vez preguntes. Abrazando tu ser en su totalidad. ¿Qué significa? Aceptándote con fortalezas y debilidades. De este modo, tendrás muy en claro qué cosas vas a aceptar y qué cosas no vas a aceptar.
Es fundamental aprender a fijar límites para disfrutar de relaciones interpersonales sanas. Un “no” a tiempo es una excelente manera de ponerlo en práctica. Pero sucede que muchos no se atreven a decirles que no a otros porque, por lo general, temen a nivel inconsciente que se enojen y los rechacen.
Algunos se ofenden cuando les dicen que no porque, en el fondo, desean que los demás sean omnipotentes. Pero ninguno de nosotros puede hacerlo todo, todo el tiempo, y debemos respetar eso. Ahora, el límite siempre es de doble vía, lo cual implica que un “no” es tanto para el otro como para mí mismo.
Es por ello que uno no es capaz de decirle que no a alguien más, si primero no se lo ha dicho a sí mismo. Una respuesta negativa, aunque pueda resultar desagradable, es una actitud inteligente porque es el reconocimiento de los propios límites. Pero lo ideal es decir que no con amabilidad.
Muchos dicen que no enojados o violentamente, sin darse cuenta de que solo están invitando a los demás a pelear. Entonces, para evitar que nos invadan, que nos maltraten, que nos manipulen, es preciso reconocer y activar nuestra capacidad de decir “no”. Cuando nos cuesta decirlo, somos candidatos al abuso de otras personas.
Hay gente que siempre dice que sí y está disponible para todo el mundo, sin darse cuenta de que corren el peligro de convertirse en objetos de atropello. Esta posición, con el tiempo, puede llegar a afectarles la salud. Lo más aconsejable para el equilibrio emocional es mezclar los “sí” con algún “no” de vez en cuando.
¿Sabías que tenés derecho a decir ambas palabras? Todos tenemos el derecho de pedir y, de igual forma, tenemos el derecho de decir que no. Siempre aconsejo no dar más de lo que nos piden porque, cuando lo hacemos, los demás pueden no valorarlo. Si, por ejemplo, alguien te pide una bebida, no le des dos comidas completas porque probablemente no lo valorará.
Otro consejo que suelo dar, para administrar nuestros “sí” y nuestros “no”, es decirle que sí a lo bueno y decirle que no a lo malo. Sí a la gente emocionalmente sana, a la mejora continua, al crecimiento. No a las personas tóxicas, a la tristeza, a la violencia, a la falta de metas. Así, nos entrenamos para avanzar en la vida.
Si te cuesta el “no”, te animo a practicar tres “no” por día. Con el tiempo, te acostumbrarás a usarlo cada vez que sea necesario en tu beneficio y el de los demás.
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