Cuba desde acá

"Cuando se supo, lo primero que se experimentó fue el prejuicio de unos cuantos: se trataría de alguien que dejaba la isla con la soga que el azar le acercaba."

Foto tomada de porelamoralarte.blogspot.com.ar. Pintura de retrato del artista cubano Yunior Hurtado
La noticia de una tucumana enamorada de un cubano al que conoció por internet quedó enturbiada bajo sospechas que el corazón no entiende. Se trataría para la lógica de otra “víctima” de un régimen que se niega a extinguirse por obra y gracia de la fantasmagoría intermitente de su conductor de 87 años, cuya existencia asumimos cuando la televisión muestra a un Fidel Castro “de buen semblante”. Solo ante semejante panorama podían los cercanos a la joven (su madre, su hermano y el resto de su familia) imaginar que aquel amor no naufragaría, como tantos cubanos en mar abierto, en sus intentos de abandonar lo que los exiliados en Miami llaman “La Prisión”. 

De manera que dejaron pasar el tiempo, hasta que los hechos confirmaran lo mucho que se habían equivocado. Ahora el cubano que abandonó su patria para seguir a una tucumana convive en paz con las “desventuras” que nos acechan mientras deja a su paso la admiración que siente por las cosas que registramos apenas: conseguir trabajo en una firma por 7000 pesos (un médico en Cuba gana 30 dólares al mes), tener  tarjeta de crédito, tomar el colectivo o manejar un auto (una extravagancia de “ricos” por allá), pasar un fin de semana en un hotel 5 estrellas (solo los turistas pueden darse ese “lujo” en la isla) participar como fiscal en las últimas PASO, extasiarse con un asado (desde 1962 los cubanos reciben una ración de arroz, media botella de aceite de cocina, un pedazo de pan del tamaño de un sándwich por día, entre otros alimentos “rotativos”) y hasta maravillarse con el caos revulsivo del microcentro:  los bocinazos y los insultos que nos estresan le producen solo “cierta curiosidad”. En el medio, como cualquier tucumano padeció los saqueos de aquel diciembre a expensas de los marginales y no es difícil imaginarlo boquiabierto ante una movilización ciudadana por la sola sospecha de un fraude electoral, montando un escenario inimaginable en la Plaza de la Revolución. Eso sí, por ahora, por más que algunos quisieron hacerlo de San Lorenzo, a él no le picó todavía el bichito del fútbol.

Hoy puede comprenderse que la de él sea una historia a tono con la de otros de sus compatriotas beneficiados por un contexto que muestra señales de clara apertura, desde que el régimen eliminara primero condicionamientos para salir de la isla y sellara aquel acuerdo histórico que sorprendió al mundo. En los últimos meses, varias centenas de médicos cubanos llegaron a Brasil como parte del primer grupo de 4.000 doctores del país caribeño que trabajarán en zonas rurales y marginales.

El contingente es parte del programa “Más doctores” del gobierno de Dilma Rouseff, un esfuerzo por conseguir profesionales en zonas remotas y pobrísimas de Brasil con un claro déficit en su sistema de salud. Como en nuestro caso, en Brasil existe ya una primera resistencia: las asociaciones de médicos se oponen al programa, con el argumento de que los profesionales cubanos no están suficientemente capacitados. Pero para la isla caribeña la exportación de servicios médicos significa unos 6.000 millones de dólares al año para revivir a su comprometida economía, una cifra milagrosa si se considera que el turismo, la principal fuente de recursos, le reportó unos 2.500 millones de dólares en 2011, según las últimas estadísticas conocidas. Las ilusiones reverdecieron con el acuerdo sellado entre el huésped de la Casa Blanca –ese "macaco comunista" que odian tanto los republicanos como los exiliados en Miami-y el hermano del referente omnipresente del régimen.

Un cambio está en marcha y una buena parte del mundo deberá desarmar su prejuicio frente a una nación que despertó perplejidad y asombro siempre mientras definía al cubano desde el puro reduccionismo.  Algunos lo estigmatizaron en el pasado desde los roles enrostrados por Hollywood y el simple esnobismo (por si no han visto Scarface de Brian De Palma) otros-los argentinos por caso- habrán experimentado cierta empatía por la seudo conciencia de la “gesta” de Ernesto Guevara, en lo que alguna vez trató de ser una revolución verdadera.  Lo único cierto que va dejando el tiempo detrás de estas historias mínimas y plurales, es la certidumbre del valor de la libertad, irrenunciable por sobre todas las cosas.

Sergio Silva Velázquez Es abogado y periodista, corresponsal en Tucumán de Canal 26, columnista especializado en policiales y judiciales. Columnista de ReadioQ